miércoles, 31 de julio de 2013

La tarantela


La música ha sido utilizada a lo largo de toda la historia como medio de realización espiritual, como una manera de revelar el sentido trascendente de la existencia y apoderarse de él.

Estas músicas con ese mágico poder se han transmutado a lo largo de la historia ya que han tenido que adaptarse a los cambios ocurridos en la forma de existir del ser humano. Pero la esencia sigue viva a pesar de los cambios.

En Tarento, localidad situada al sur de Italia, ha permanecido viva una tradición de hondas raíces. Cada verano, múltiples personas se veían afectadas por la “tarantela”, enfermedad que provocaba que entraran en una histeria colectiva por la picadura de una araña, la tarántula, que habitaba en la región. La única cura para este maligno frenesí era tocar una música frenética y repetitiva que inducía al trance a los danzantes hasta la extenuación. Esta música para danzar y curar se denominó tarantela desde mediados del S.XIV.

Pero las raíces de esta manifestación musical pueden hundirse muy profundamente en los abismos del Tiempo. El sur de Italia formó parte de la Magna Grecia, en una época en la que Dioniso y Cibeles eran adorados a través de músicas frenéticas con un ritmo salvaje. Cuando el cristianismo se apoderó de la región actuó como en el resto de lugares donde se extiende, erradicando los cultos de las antiguas religiones o apoderándose de ellos tras adaptarlos. Pero el viejo rito logró sobrevivir esta vez, quizá porque contenía un secreto que se había transmitido ininterrumpidamente desde el mágico tiempo donde los megalitos eran adorados. Los Chamanes invocaban a través de la Danza de la Espada el conocimiento de los Primordiales.

La catarsis orgiástica del tarantismo ha servido para que el legado oculto solo comprensible para los iniciados haya llegado hasta el mismísimo S XX., cuando los ecos de las últimas tarantelas se perdieron entre los zumbidos de una civilización que daba la espalda a la piedra y adoraba a los falsos ídolos que han intentado enterrar el legado de los antiguos ritos.

Pero las sombras de las antiguas edades aún pueden contemplarse en oscuros lugares. La duodécima carta del Tarot, el Colgado, se asemeja a la araña que se descuelga debajo de su red. Para comprender el secreto que encierra la tarantela deberéis comprender antes la simbología de esa carta. Solo entonces comprenderéis también la naturaleza de la música que sonaba a los pies de los grandes templos de piedra de la antigüedad, aquellos templos con fuerzas durmientes que PYLAR se dispone a invocar de nuevo.